El documental «Diego Maradona» explora las luces y sombras del genio futbolístico y está disponible en Movistar Plus y Filmin
Por Javier Higueras
En un plató de televisión argentino, el último lugar del que se puede esperar un largo silencio, han callado todos los allí presentes. Carraspeos. Balbuceos. Desconcierto. Una llamada del exterior, con una sutileza desgarradora, les está informando en pleno directo que Diego Armando Maradona “no ha podido resistir al paro cardíaco”. El programa, los argentinos en general, no estaban preparados para ello. El posiblemente mejor futbolista de la historia llevaba más de veinte años regateando a la muerte, entrando y saliendo de clínicas y con un corazón que, en cualquier momento, podía dar su último aliento. Pero llegaron a pensar que era inmortal: ya en el año 2000, y a causa de los excesos, Maradona estuvo más de 20 minutos en coma. Sin embargo resistió, en el límite, a ese y a otros derrumbes que bien podrían haber acabado con su vida. Lamentablemente, y tras superar una reciente operación por un hematoma cerebral, no ha sido así esta vez.
«Veníamos hoy, como cada día, a hablar de fútbol…y se murió el fútbol», decía la resquebrajada voz del famoso presentador argentino «El Pollo» Vignolo. Es un perfecto resumen sobre lo que siente estos días Argentina entera, Nápoles y buena parte del aficionado al fútbol. Maradona ha sido uno de los ídolos más imperfectos que han existido. El apelativo de «Dios», la persecución mediática y sus propios errores le hicieron refugiarse en la droga y el alcohol. Su retirada del fútbol solo empeoró la situación. Acabado su don, apagada su magia dentro del terreno de juego, se aceleró la caída de un hombre que solo podía ser él mismo vestido de corto y con el 10 a la espalda.
«Diego Maradona», ascenso y caída del mito
Ahora toca mirar atrás y recordar al personaje. En este sentido, es imprescindible el reciente documental «Diego Maradona» sobre los años clave de su vida deportiva. Nos muestra una etapa muy paradigmática de lo que fue Maradona: su llegada a Nápoles llena de expectación, su conversión en figura mundial indiscutible y un final marcado por el rechazo social y las investigaciones penales hacia su persona, con exilio voluntario incluido.
Ironías de la vida, este documental está dirigido por el británico Asif Kapadia; argentinos e ingleses libraron en el año 82 la guerra de las Malvinas, con victoria británica, provocando una rivalidad eterna que se extendería a los terrenos de juego. Diego y su selección lograron la revancha en los cuartos de final del Mundial de México 86: un triunfo que logró restaurar el orgullo argentino e inundó de alegría a un pueblo deprimido. Los dos goles fueron suyos y, como bien reseña el documental, son un perfecto resumen de su carrera; el primer tanto es obra de la trampa: ese gol con la mano que fue bautizado como «La mano de Dios». El segundo, obra de la genialidad: una carrera memorable desde el centro del campo que concluye en el mejor gol de todos los tiempos. Argentina vencería a Inglaterra por dos a cero y se llevaría la Copa del Mundo. Y los argentinos ya rezaban a un nuevo Dios. El del pueblo.
El director y guionista Asif Kapadia cuenta con un gran prestigio dentro del campo del documental: ya dirigió «Amy» (sobre la cantante Amy Winehouse) y «Senna» (sobre la vida del piloto de Fórmula 1 Ayrton Senna). También es uno de los creadores de la serie «Mindhunter».
«Diego Maradona» cuenta con una extensísima batería de videos sobre la vida dentro y fuera de los terrenos de juego del futbolista. Construido a partir de 500 horas de metraje inédito, las imágenes están en todo momento acompañadas por los testimonios del propio Diego, su mujer Claudia y otros personajes y periodistas que conocían cada detalle de su historia. Por su riqueza visual, pero también por su honestidad, nos encontramos ante un documental sobrio y acertado en su estructura. Es honesto porque, lejos de encumbrar al protagonista, consigue crear un equilibrio entre la épica y la cara más sórdida del Pelusa.
Así, en pantalla vemos como el mito, después de hacer campeón a un Nápoles prácticamente irrelevante hasta su llegada, se va deteriorando poco a poco por su relación con la droga y la camorra napolitana, además de sus escarceos amorosos extramatrimoniales. Mientras tanto, las autoridades de la ciudad miraban para otro lado. Y era difícil no hacerlo: el futbolista había inundado de ilusión a una ciudad pobre (la más pobre de Italia) y con una dudosa reputación en el resto del país. Todo funcionaba para Maradona, hasta el Mundial de 1990.
Una victoria que le costó el rencor de todo un país
Argentina llegó al Mundial de 1990 como vigente campeón y principal candidato al título. La competición se celebraba en Italia, la patria de acogida de Maradona. Entonces, el destino quiso que Argentina e Italia se cruzasen en semifinales y con el estadio de San Paolo (el hogar del Nápoles) como testigo. Nápoles, esa ciudad repudiada en lo social por todo el resto del país, se encontraba ante una difícil decisión: ¿hay que apoyar a Italia o a nuestro héroe? Maradona, conocedor de esta disyuntiva, quiso calentar el partido y propuso a los napolitanos un pacto: «si quieren verme contento, la verdad es que me encantaría verlos apoyando a Argentina». Sin embargo, la gran mayoría del pueblo optó por su selección, no sin un candente debate previo que enfureció a todo el país transalpino.
El partido se saldó con victoria argentina en los penaltis, uno de ellos anotado por Diego Armando. Italia quedaba eliminada. El «10» se mostraba exultante, pero por otro lado sabía que esa victoria iba a suponer la ruptura total con el pueblo italiano. Incluso con el napolitano. Así fue, pero con un resultado aún peor del que él mismo imaginaba: meses después, se iniciaron investigaciones policiales en su contra– captaron sus conversaciones con la camorra hablando sobre drogas y prostitutas-, y las instituciones que tanto le amparaban dejaron de protegerle. También la mafia miró para otro lado, al ver que se sentía expuesta por la persecución mediática hacia Maradona. Una sanción deportiva por consumo de cocaína aceleró su huida con la temporada 1990-1991 aún en marcha. La etapa más trascendental de su carrera había acabado.