Lidia Jiménez RodríguezLidia Jiménez Rodríguez
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La cuarta pandemia acecha. La Semana Santa será confinada. La sociedad está herida de muerte. El dolor se hace crónico, en enfermos y, lo que es peor, en los sanos. Lo noto por encima de las mascarillas callejeras, en las formas de caminar por las aceras, en la pulsión de un Madrid extraño, expectante y fríamente soleado. Hoy es Viernes de Dolores, y muchos vestimos de luto con lágrimas contenidas: por los que se fueron, por los que se van, por los que perdieron su trabajo, por los que no encuentran uno nuevo, por los que sueñan con su libertad, los que viven en soledad, los que sufren una relación frustrada, por los que no consiguen esa relación deseada, por los que no se sienten queridos, por los que no saben querer. Por lo que quieren. Y la pandemia no ayuda. Cuarta ola de dolores. Variaciones de Goldberg. Vuelta a empezar.

Hoy me encuentro en mi cafetería de siempre, desayunando lo de siempre, antes de mi clase de siempre. Tania sonríe a pesar de todo. Las noticias informan de que “España está cerrada”, que hay miles de policías intentando mantener el control “para que nadie escape, para que nadie se mueva”, dice el periodista sin pudor. Cárcel autónoma. Provincia recluida.

Semana Santa confinada Esperanza de Triana

La Esperanza de Triana no saldrá esta Semana Santa de su santuario. | Foto: J.S.A.

Sin planes para Semana Santa. Se nos impide viajar. Tengo un familiar muy mayor que no entiende nada (nadie entiende nada). Tiene 97 años y se apaga poco a poco. Me pregunta por teléfono que por qué no me ve nunca. Le explico lo del covid y no contesta nada. Vuelve a repetir: ¿Y cuándo vienes a verme? Pero no puedo responder. Solo traslados por tu comunidad. Me he adaptado a llevar bozal, a no abrazar, a sentir miedo al desconocido, a bañarme diariamente en hidroalcohol. Pero no podré perdonarme que nuestros ancianos se marchen solos. La alegría está en cuarentena. Hay toque de queda a la esperanza, la esperanza que saldría hoy en procesión, aquella Esperanza de Triana.

Hay un filósofo surcoreano, Byun- Chul Han, que habla de la sociedad del agotamiento. Solo tenemos que mirar alrededor. Estamos exhaustos. Explica que no necesitamos un amo que nos esclavice, que ya lo hacemos nosotros mismos: nos autoexplotamos hasta la náusea. Dice que vivimos en la dictadura del rendimiento y que nos han creado la sensación de que tenemos que hacer más, aprender más, desarrollarnos más y, sobre todo, producir más. ¿Y la felicidad? ¿La vida? ¿La plenitud? Eso no interesa al mercado. Se domina mejor a una población famélica de deseos, rota de sueños, con guantes de cirujano para tocarse el corazón.

Por eso hay gente que se baja del tren. Que le hace la peineta a la sociedad neoliberal del rendimiento. Que prefieren la cabaña de madera al loft de lujo. La naturaleza al asfalto. Lo necesario a lo acumulado. El sentido común por encima de la norma. El mar frente a la esclavitud. La montaña frente a la reunión online de espejos. La libertad contra el dolor. La luz del amanecer frente a la oscuridad general, aunque sea viernes con dolores. Perdonen la confesión del crimen. 97 años de amor bien merecen una multa.